La memoria se calza la ausencia como guantes, y empieza a repartir bofetadas de nostalgia. Luego se arrepiente, se calma, llora y nos acaricia con recuerdos.
Poesía
Estudio del paisaje
Parecían dos pibes sentados a la orilla del río,
una pintura bella de la rivera plomiza,
un dúo que era constelación de amor y ternura joven.
Todo eso parecían…
Pero resultó ser un par de soledades agonizando juntas,
un grito hambriento de juegos y pan,
un frío árido y sangriento de dolor y abandono.
Y el perfume de la cruda realidad del agua
aroma la postal engañosa y despojada.
El río sonaba en reverencias redentoras
por culpable circunstancial de la escena.
Húmedo, pero de lágrimas y sudor nervioso.
En el medio del cauce una canoa balanceaba sus quejidos
y un pescador, con mirada fija,
observaba la tarde con sus apariciones.
Parecía un señor espía del destino,
un intruso disimulando su foto,
duende pícaro y pintoresco del manto frío
y espejo sagrado de las aves y los peces.
Aquello aparentaba su figura…
Y a pesar de todo esto,
era un pobre lamentándose en sus entrañas.
El frío y el hambre eran tan tangibles
como las ramas de los sauces
que golpean los techos de las casas,
y que no se les da por distinguir
las tejas de las chapas.
Suenan distinto, aunque peguen igual.
Él se preocupaba por el frío que hacía en su casa,
por el hambre, por la tarde.
¿Cómo no alarmarse?, si supo sentirlas,
si las sentía ahora mismo en la panza, en las piernas.
Alarmado también porque naufragó su amor,
en la orilla, del otro lado, durmiendo.
Le dolía el despojo y el robo de lo que nunca tuvo,
pero que no iba a ser.
Otro más, al que le robaron lo que vendrá.
Eso es quedarse sin futuro.
Eso era esta figura en el medio del río.
Y cuando se cruzan las miradas de un pibe y un pescador,
cuando esa foto de almanaque se manifiesta,
los reflexivos y poetas escriben y pintan,
las cámaras suenan y las campanas chillan y bendicen.
Pero el hambre, el frío y el abandono ni se inmutan; siguen ahí,
pacientes, punzantes, eternos por momentos.
Cuando la imagen nos evoca pinturas, y no realidades y dolor, es cuando el olvido, el desprecio y la frivolidad ganaron las elecciones.
Cuando a uno le piden una moneda y saca una foto, es cuando la raza humana
reconoció abiertamente la derrota del pensamiento, y la sensibilidad sólo sirve para mirar novelas, o no pisar hormigas.
Y cada vez que leemos o escribimos odas a nuestros mártires, el hambre y el frío siguen allí, y los pibes y el pescador no se enteran, a menos que vayamos y tomemos sus manos en nuestras manos, y transformemos las pinturas que ellos forman, en pinturas nomás, y ellos pasen a ser parte de los que contemplan, y dejen de ser los que padecen.
La poesía que falta
Esto es un borrador que aún no rima del todo…
Hay una bella casita
en la lid de los suburbios
donde carpeta, birome y pala
son la pintura del sueño docente
de una maestrita joven,
antigua fábrica de alas
En su nido sin revoque,
enseñó creciendo a sus hijos
el beso remedio al dolor del hambre
el calor que del abrazo emana
y a cerrar los ojos y soñar con dulces
a acariciar un perro,
y a andar en bici entre las latas
¡y cuánta poesía ausente,
habrá en mi país mañana!
¡cuánto dolor latente
repartirá el buitre con sus garras!
Porque sus niños nacientes,
hijos bellos de sus entrañas
vivirán su infancia rencorosos
Porque ¡ella que enseña,
que aprende!,
Ella que llora a solas dentro de sus pestañas
no pudo pagar su suerte
como una obrera digna que anda
haciendo de hija, madre, padre
y luz tenue de sol en la montaña
Luchó con arboledas, con el éxtasis nevado,
con el viento zonda y las quijadas
de borregos muertos en olvido y ausencia,
en piedra, arena, río seco y lavandas
Pero ¡Ay! ¡sol tenue de marzo!
¡Rebrote eterno de luz tras la montaña!
no pudo asomar su fuego,
ante el pedregal que estorbaba
Y logró sólo un nido prestado,
sin cal ni arena blanda.
Le robaron el futuro, aún niño.
¡Un futuro niño!
pero que figura brasas
de un fuego ajeno y oscuro
Que sólo quema y no alumbra
que disuelve, mata y desgarra
El abandono, el rencor y el miedo,
santa trinidad americana.
Esa es la horca del pobre,
y esa es también la poesía que falta
Mis días -a ese sitio-
Me reconcilié con el sol,
sentí su golpe en mi piel,
lo llevé lejos, conmigo.
Puse en orden la siesta,
la acomodé en su sitio,
y la pinté de silencio perdido.
Estreché la mano al viento,
abracé sus pliegues.
Me dormí a su lado, tranquilo.
Oscureció…
Me senté en primera fila esa noche,
admiré el concierto de grillos
y, arriba, su directora Luna.
Cada estrella marcó su nota,
cada árbol peinó un ladrido,
cada piedra rodó cantando.
Sempiterno espectáculo diario,
nocturno teatro de niños.
Partícipe, un paradójico silencio
vive entre sonido y sonido.
Amanece.
Comprendí el infinito
en un medio día
eterno.